Concierto. Deep Purple. Madrid. 15 de septiembre de 2009
Tardaron muchos años en venir por primera vez a España. Tuvo que ser en la gira del fantástico “Perfect Strangers” cuando los Deep Purple tocasen en nuestro país y llenaran el Campo de Fútbol del Rayo Vallecano, allá por el verano de 1985. Desde entonces sus visitas son bastante frecuentes y se han convertido en un clásico al que merece la pena ver siempre que sea posible. Con la formación que lleva años junta, los eternos Paice, Glover y Gillan y los añadidos y perfectamente integrados Airey y Morse, poder disfrutar de canciones que forman parte de la historia de la música debería ser siempre un aliciente para los amantes del Rock. Pero en esta ocasión, ya fuera por lo elevado del precio de las entradas, por coincidir con partidos de fútbol de los dos equipos de Madrid o por inaugurar oficialmente un otoño que viene repleto de conciertos, la asistencia al Palacio de Vistalegre fue muy escasa. Demasiado para una banda tan histórica que, a pesar de todo, disfrutó sobre las tablas y se sintió arropada en todo momento por un público en general de más edad que lo que es habitual en los conciertos de Rock.
Para hacer menos incómodo a la vista la floja asistencia el coso de Vistalegre fue enfundado con telas que taparan el graderío y el resultado aparentaba una sala-carpa que, pese a no permitir a los asistentes sentarse, mantuvo un sonido excelente y resultó mucho más coqueta que lo que podría haber significado mostrar el frío cemento de un graderío vacío.
Deep Purple no tienen disco nuevo en el mercado, de forma que el repertorio que iban a desgranar durante la hora y media de concierto haría un repaso de sus éxitos más conocidos, especialmente centrados en los temas que menos castigan la garganta de Ian Gillan. Desde el primer momento con los acordes de “Highway to Star” íbamos a poder contemplar al mítico cantante sufriendo no sólo en los tonos más altos, sino a lo largo de todas las partes de unas canciones que hace demasiados años que le cuesta muchísimo cantar. Su sufrimiento sería algo menor en los temas de “Rapture of the Deep”, mucho más adecuados a sus tesituras vocales actuales, pero menos directos y que obligan a dejar en el tintero canciones que todos soñaríamos con ver en directo, como “Lazy” o “Child in Time”.
A pesar de ello, ver a Deep Purple en acción no deja de ser una maravilla. Glover, el viejo pirata disfrutando con su enorme bajo como si no pasaran por él los años. La majestuosidad de Airey en los teclados, imprimiendo un sabor especial a los sonidos de su Hammond y mucho más cercano y simpático que John Lord. La sonrisa permanente de Steve Morse, que no oculta una técnica impecable y una apropiación de todos los temas como si hubieran sido escritos por él mismo, por no hablar de su lucimiento en “The well dressed guitar”, preciosa pieza alejada del clásico solo virtuoso y aburrido. Y sobresaliendo la figura de Ian Paice. Su actuación fue una clase magistral de cómo tocar la batería. En tiempos en los que el doble bombo parece ser la estrella de cualquier baqueteador, en momentos en los que los baterías tratan de destacar, a veces sin sentido, ver y escuchar a Paice es simplemente una delicia. Lástima que “The Mule” el único solo de batería que debería permitirse en un concierto ya no esté en el repertorio. Hasta en eso es modesto. Una lástima porque seguro que todos los habríamos disfrutado con ganas.
Las canciones clásicas como “Strange kind of woman”, “Fireball”, “Perfect Strangers” o “Space Trucking” consiguieron superar el momento algo más pesado de “Wring that neck”, descanso obligado para Ian Gillan pero que no deja de parar en demasía el concierto, por mucho que Don Airey intente variarlo incorporando desde la intro de “Mr. Crowley” hasta aires clásicos. Mucho más celebradas serían la eterna “Smoke on the water”, tema imprescindible aunque tocado mucho más lento de su tempo normal y los bises a cargo de una descafeinada versión de “Hush” y una acertada interpretación de “Black Night” con la ayuda del público que era consciente de que noventa minutos es lo más que puede conseguirse del cantante que enseñó con sus gritos a tantos y tantos vocalistas a pulir su técnica.
Sonido perfecto, sobria escenografía y profesionalidad sobre el escenario, unidos a canciones míticas. Es lo que hoy ofrece Deep Purple. Y en un mundo en el que muchas bandas buscan reinventarse a sí mismos no es poco. Ellos fueron unos de los pioneros y allí siguen. Y que sea por muchos años. (Texto: Fernando Checa, en Solo-Rock. Fotos: David Esquitino)
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